lunes, 14 de febrero de 2011

No es para tanto, Martín.

- Pareces una mierda con una sonrisa grabada, Martín. Entrada al bar de un amigo caradura treinta minutos tarde. Un clásico.

Así es. Así son las mañanas sin haber dormido, una prueba a todas tus creencias. De momento gano en la aceptación de mis cagadas. Desastre total. Seguir remando.
- No me maltrates, cabrón.
En realidad disfruto: el café, la honestidad de los amigos. No esa confianza ciega en tus chorradas que dan el aislamiento o la pareja confiada. Vulnerable pero fuerte. Un cabrón al filo. !Sí! Pero con el corazón y la cara de un desplazado. Esa batalla de no creerse bueno para serlo. Algún día.
- En serio. Es genial que vengas a despedirme, pero voy tener que recordarte como un muñeco de cera todos estos meses. Es algo horrible, dice sentándose.
- Tú si que eres una persona horrible y desagradable, que te apuntas a una ONG para follar más. Ni a tu madre ni a mí nos has engañado. Pone una sonrisa encantadora y pasa a otra cosa. Irritándome. Las impresiones de la noche anterior se abren paso a toda prisa por mis intestinos, mi polla, las venas de mis manos. Sexo y algo más. El reencuentro con la intimidad me asusta tanto como me tranquiliza. No sé encajarlo. Me devuelve la esperanza en la empatía, pero una vez conseguida tengo un miedo terrible a confundir la confianza con la falta de respeto.Es como hacer una jam session para un dictador exigente.
- Salgo en dos horas.
- Has traicionado al barrio. El barrio no olvida, pero te desea un buen viaje.
- A la mierda el barrio. Y tu cara flácida.
Nos abrazamos a lo machote y saco la caja envuelta de condones talla extra pequeño. Se aleja agitándola con el brazo en alto.
De vuelta a mi café. Debatiéndome sobre la entrega. Una mañana cualquiera. Con amigos que se van. Rodeado de gente con la misma existencia equilibrista que yo. Este zoo increíble. Buf. No queda más remedio que jugar.



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