jueves, 22 de noviembre de 2007

Los engranajes del pájaro III

Después de las doce hay poco tráfico , hasta las dos menos cuarto. José ha desayunado poco , un vaso de leche manchado de café , Ana se ha puesto las botas (está radiante la tía) y yo tengo un nudo en el estómago. La angustia es virilizanta pero te vuelve un poco idiota.
- Ya te has pasado la salida
- Bien , bien.
José duerme encogido en el asiento trasero cuando la luna trasera estalla en medio de un estruendo seco , seguido de un tintineo de cristales suave como la deflagración de una bengala. Ana mira hacia atrás por la ventanilla.¿ Por qué? No sabemos lo que ha pasado. Puede haber sido una piedra lanzada desde los arrozales por el nieto cabroncete de un agricultor o una locura más de la física térmica. El dedo me revienta y la falange se estrella contra el radiocassette. Pánico. José se echa al suelo. Ana me abofetea.
- Estás sangrando , gilipollas.
Siempre hay camiones en esta carretera , pienso mientras adelanto a uno a ciento ochenta , a punto de estrellarme con la cabeza de una cola de coches que viene en dirección contraria.
- Es un coche negro , dice Ana.
- Bien
- Lo estamos perdiendo.
- Bien. La clave de la virilidad es la idiotez , me digo señalando a Ana con mi muñón.
- Duele

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