sábado, 10 de noviembre de 2007

LOS ENGRANAJES DEL PÁJARO DE FUEGO II

- José , no quiero nada de esto.Mírate, por el amor de Dios.
José se sienta en el suelo , al lado de la mesa empotrada , delicadamente , con una serenidad de autómata. Su delantal blanco me recuerda a una bandada de palomas , muertas por falta de sueño. Ana presiente el alcance de este momento en nuestras vidas y ante su grave mirada decido quitarle hierro al asunto.
- Vamos a tirar toda esta mierda por el retrete. Cojo el saco de oro blanco ( ¿Dos millones?¿Tres? ) , decidido a hacer una buena acción. "Vamos" , digo dirigiendo una sonrisa forzada a Ana , pero ella no me mira a mí. Mira a José. Sin un ruido se ha tumbado sobre el suelo , con las manos sobre el pecho. Si nos estuvieran filmando la cámara estaría a ras de suelo , trémula.
Suelto el saco y me acerco a mi amigo y protegido , deseoso de saber cómo de fría está su mejilla , cuál es su capacidad de respuesta a un estímulo : cómo de roto se encuentra.
- José , digo asomándome a su campo visual.
- Martín , todavía soy virgen.
- Yo creía que eras marica , pero resulta que eres un santo.
Una sonrisa lacónica se asoma en su rostro y el tiempo vuelve a moverse , muy despacio , como si la tragedia hubiese puesto otra bala en su revólver.
Echamos la cocaína por el retrete , a la luz de las velas , como sugiere Ana. Doce , treinta mil. Dos millones doscientos.

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