El vino es Dios en está casa. El olor pegajoso está por todas partes, así como las referencias a la cultura que lo rodea en la decoración, los cuadros... Hasta el maldito perro se llama Tinto. Claramente el señor Antonio es el artífice de semejante decisiones estéticas obsesivas. Estar en su órbita pone al resto de la familia físicamente enfermos. El maldito control. El asesino de la alegría y la diferencia. Siento escalofríos solo de pensar en todo lo que le ha hecho a mi vida.
Daniel me mira nervioso mientras finjo observar la habitación solo para dilatar grotescamente el tiempo de respuesta a la pregunta del gran cacique.
- No sé, no sé... respondo reflexionando teatralmente. Este tipo de cosas suele hacerlas alguien conocido. Incluso de dentro de la casa.
Estudio las caras. Solo genuino terror. Un poco más intenso en Fina, la mujer del gran hombre, pero parece algo totalmente natural: ella se preocupa no solo por sí misma, sino también por sus ocho hijos. Me siento culpable, pero cuando todos están nerviosos es mucho más fácil que hagan algo mal y la verdad aparezca.
- Sospechamos de los trabajadores. Los nuevos trabajadores no son como sus padres, no están tan implicados con la bodega, tienen menos respeto. No sé si me explico, dice brindándome el significado de sus palabras con un gesto de la mano.
- Ven otras cosas en su futuro.
- Es otra generación.
- Se imaginan en otros lugares además de aquí, sentencio volviendo al café.
El aire es eléctrico. Para ser un habitante del mundo juguetón y sin ambición he elegido muy bien mi trabajo. Arriesgo mucho para obtener una satisfacciones totalmente minimalistas.
- Creo que ha llegado el momento de que veamos el problema en cuestión, dice el señor Antonio incorporándose y lanzando la servilleta a la mesa.
Acabo mi café con ritual mientras él sigue ahí de pie, observándome.
- !Vamos allá! , digo mirando a los comensales y dando un palmada.
Adoro mi trabajo de payaso.